A uno de los seres que más he querido, que más lata me ha dado, cuyos ladridos, bocaos y malas pulgas muchxs odiaban pero que a mí me hacían verlo como un ser excepcional, radical, extremo. Él es un perro (en el amplio sentido del término), todo un perrazo que nos acompañó y ayudó en el camino: a mi madre, a mí, a toda mi calle, cuyo lindos ladridos a la gentuza del juzgado (siempre ladraba a encorbatados) animaban satíricamente el habitar la cotidianidad, ponían sobre la mesa el patetismo de la normalidad. Él era un perraco viejo, con ronquidos constantes, bronquitis aguda y, según supieron ayer, los pulmones encharcados. Y esta mañaba se dejó ahogar en sí mismo, porque él era muy suyo, ¿sabéis? Seguro que se ha ido sudándosela tanta incomprensión ajena, pero lleno de amor del güeno, agradecido porque algunxs nos dejáramos morder por él.
A mi viejito chocho, cascarrabias y arisco, porque era el más chulo y porque ahora estará en el espacio sideral de los perros hartándose de tripis en compañía de Tara y Chimi, que le estarán presentando a to el personal.
A PANCHO...