viernes, 3 de octubre de 2014

El privilegio de poder pensarse (o la autorreferencialidad como privilegio)

Este texto está en construcción y en proceso de repensarse, reescribirse. Lo pongo ya por aquí por si queréis contribuir de alguna forma a la reflexión y, sobre todo, pa que no se me olvide, que en el fachabú, pasa

ECHO DE MENOS EL SUR.

Mucho. Echo de menos el pensarme, el pensarnos como pueblo, el compartir alrededor de la mesacamilla reflexiones sobre quiénes somos, cómo nos construimos, cómo nos construyen, cómo nos relacionamos con lxs otrxs, las muchas opresiones y pocos privilegios que nos atraviesan como pueblo. 

Viviendo en Catalunya me pasan cosas, entre las que ahora destaco dos: Me pasa que soy de fuera. A veces soy "española". A veces lo disimulo por esta cosa mía de imitar acentos. Pero la mayoría de las veces soy del sur, más concretamente, andaluza. Y eso (sí, podemos discutirlo mucho pero yo lo veo/siento bastante claro) me coloca en una posición de subordinación. Soy cateta, arrabalera, inculta y hablo alto. Y continuamente, a través de las estrategias más explícitas hasta las más sutiles, encarnadas y consustanciales a una estructura desigual de reparto de poderes -de condiciones de posibilidad-, se me insta a moderarme, a adaptarme a unas formas (por otro lado, ficticas y falaces) norteñas, por no decir catalanas, de interacción, comunicación, expresión y ocupación del espacio y del tiempo. Se me insta a la corrección y se me aplaude cuando me alejo del charnegismo macarra con el que se me asocia a primera vista. 

También me pasa que admiro. Admiro al poble català por su capacidad de pensarse, de autocuestionarse (un artículo de hoy de Mireia -cat y cast- sobre el racismo y clasismo inherente a la identidad monolítica y hegemónica que nos quieren vender los de arriba para configurar el "procés" es una buena prueba de ello), de quererse y de lucharse. El proceso en el que ahora se encuentra inmerso este pueblo, y del que me siento contentísima de seguir de cerca y hasta de formar parte, es súper potente. Un pueblo que se autodetermina, que decide a través de la participación (más o menos real, conseguida o efectiva) quién quiere ser y dónde / cómo quiere estar. Independència per canviar-ho tot y otros lemas del montón. Pero claro, las capacidades no son gratuitas, innatas ni crecen como champiñones en una tierra estéril; esa tierra se trabaja y se riega y para ello hay que tener unas condiciones, condiciones marcadas por la posición de poder /no poder que ocupes en el mundo. Entonces me pasa que admiro, pero también "envidio" y siento ese corajito (aka "odio de clase") de que ellxs tengan tanto espacio para la autorreflexividad (autorreferencialidad?) y nosotras tan poco... 

Lejos de victimismos y cerca de la voluntad de explicitar las relaciones de poder que nos atraviesan, como andaluzas en Andalucía y como andaluzas en Catalunya, hoy lanzo mis ganas de tratar todo esto en colectivo, de hacer más llevadero el dolor de la opresión, de que luchemos por generar las condiciones de posibilidad para nombrarnos, pensarnos, quererenos y decidirnos. Nuestro sur como lugar de enunciación, nuestro sur como posición política, nuestro sur con el que nos inventamos la identidad y las formas que nos den la gana, sin pedir permiso, aquí y en Pekín. 

¡Y QUE VIVA EL SUR, CARAJO!

1 comentario:

Renfield dijo...

Yo también soy un inmigrante madrileño en catalunya y siento, de otro modo supongo, el peso del tremendo mito nacionalista que se está levantando en ese país. En mi caso, por oposición, me enfadan los estereotipos asociados a la ciudad donde nací (pija, centralista, árida, colonialista, fascista) e incluso me llama mucho la atención descubrir que las personas cuyos símbolos identitarios son similares a aquellas con las que crecí en madrid, lejos de abrazar el internacionalismo o un ideario revolucionario ("la tradición es una maldición ... un patriota un idiota") aunque estético muchas veces, como todo lo juvenil, ha sido transformado en algo que me atrae y repele a la vez. No sé qué hubiera abrazado yo mismo de haber nacido ahí... sin embargo hay una cosa que me parece clara: este mito aglutinador de identidades y expectativas es, como siempre, una estrategia de las clases dominantes para ocultar los conflictos derivados de la crisis de este siglo, y no ofrece ninguna diferencia sistémica de importancia más allá de la legalización de la xenofobia (ya presente en esa sociedad tan clasista) y la institucionalización de otros símbolos identitarios.
En mi caso creo que nunca aceptaré tener que cruzar fronteras que antes no existían.
Mucho ánimo, te confieso que mi corazón ha pertenecido desde hace años, de alguna u otra manera, a álguien con la melena y los ojos negros, y que con cada solsticio le cambia la etnia...